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Los debates políticos se deben centrar en encontrar soluciones razonadas y no quien tiene más poder

Víctor Barrera 

En las discusiones de ayer en la Cámara de Diputados, volvimos a observar que las discusiones se dan en torno a ver quién tiene el poder y no quien tiene la razón. 

Esto no es nuevo, desde hace varios años en nuestro país, estas discusiones se han dado así, dejando de lado las verdaderas necesidades de la población por la imposición de los intereses de quien tiene más poder. 

Poco importan las problemáticas del país, la pobreza, inseguridad, malos sistemas de salud, de educación y algunos otros problemas que prevalecen desde hace años y que no se resuelven porque la realidad de la gente no es la misma de quien está en el poder. 

Por ello, quien detenta el poder, necesita del poder absoluto y trata obtenerlo a través de la modificación de leyes que le permitan incidir d manera importante en aquellos organismos, que ha creado la misma sociedad junto con los partidos de oposición, para intentar restarle esa fuerza al poder. 

En cada administración se ha buscado realizar estos cambios,  pero, en la presente, estos  se han dado de manera tan acelerada que en ocasiones aun violentando las leyes se realizan, preparados con un discurso anacrónico que confunde la gobernabilidad con el nacionalismo y la soberanía con la estatización. 

Es cierto que México requiere de cambios, que lleve al país al nivel que en verdad tiene basado en sus riquezas territoriales, naturales y humanas, pero estas se pierden en esas discusiones de poder y no de razón. 

Porque un proceso de transformación no se da de la noche a la mañana, pero tampoco bajo la dirección de un autoritarismo, que impone su voluntad y no los intereses de la gente. 

Esos cambios o a transformación requieren de una claridad en el rumbo a seguir, bajo objetivos a corto, mediano y largo plazo, que entienda la población y que junto con una estrategia de políticas públicas y la participación de la ciudadanía, se puedan alcanzar. 

Pero también de una honestidad y claridad, real,  de parte de los gobernantes, de las autoridades para evitar que esos objetivos sean pervertidos con la intención de mantener el poder a costa de lo que sea, solo para el beneficio de unos cuantos y en detrimento de la mayoría. 

La infamación representa otra herramienta fundamental, porque si existe claridad y honestidad en las autoridades, estas deben responder a la población por cada acto que realizan. 

Lamentablemente esto no se ha dado, y esto provoca una división en el país, colocando a la población en un enfrentamiento bizantino donde solo hay dos posturas a favor y en contra, pero ninguna solución solo interpretando lo que se dice, pero nada con base en el razonamiento. 

De tal forma que la realidad se convierte solo en un elemento casual, que se pretende transformar bajo interpretaciones personales y no bajo diagnósticos e investigaciones que permitan bases para el cambio. 

Los riesgos bajo esta perspectiva son tan altos que la esperanza de tener un verdadero cambio  se puede diluir para convertirse en retroceso. 

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