Víctor Barrera
La economía mundial se encuentra en tiempos difíciles y para salir de ello, tendrán que iniciarse una estrategia que la lleve sino a los niveles que existían antes de la pandemia, si muy cercanos a ella.
México es una de las economías más golpeadas a nivel mundial, y nos solo por los hechos ocurridos a nivel internacional, sino por las decisiones internas que la actual administración ha tomado, derivadas de “ocurrencias” que más allá de beneficiar han costado una enorme cantidad de recursos para los mexicanos.
Probablemente la primera “ocurrencia” fue la cancelación de la construcción del aeropuerto de la Ciudad de México, que trajo consigo una caída importante en la captación de capitales y el pago de indemnizaciones para algunas empresas que ya habían aplicado capitales al proyecto.
A esto se suma la construcción del aeropuerto Felipe Ángeles, en el Estado de México, que no cuenta con red de las conexiones para acceder a él, y el costo de este se incrementa cada día, al no obtener un uso completo de las instalaciones, que ni el mismo López Obrador realiza.
El mismo camino ha tomado otras megaobras, el Tren Maya, la refinería en Dos Bocas, el tren transístmico, que han costado una gran cantidad de dinero y no han sido concluidas.
La utilización de recursos también para “fortalecer” a Pemex y CFE se han sumado a aquellos recursos que son reorientados y que dejan sin recursos en la aplicación de estos en el sector agropecuario, a la compra de medicamentos y vacunas, a la creación de infraestructura de conectividad entre municipios para acelerar el intercambio comercial interno y fortalecer al mercado nacional.
Todo esto ha puesto a la economía sostenida solo por alfileres que, de aplicarse otra “ocurrencia”, podrían caerse y llevarnos a una de las crisis económicas más fuertes de los últimos años en México.
Los números no mienten y en esta administración no se ha logrado consolidar una economía fuerte, como se había prometido con crecimiento del 6 por ciento, y esto nos marca el desastre que existe en México, derivado de esas “ocurrencias” y las malas decisiones tomadas. Así las cifras obtenidas en cuanto al crecimiento del PIB fueron en 2019 de solo 0.1 por ciento, en 2020, caímos hasta menos 8.5 por ciento, la caída más baja de la historia; Para el 2021 el rebote económico apenas fue de 5 por ciento y para este 2022, las estimaciones nos dejan entre 1.2 y 1.5 por ciento de crecimiento, con una inflación posiblemente de dos dígitos que se ubicara en 10.5 por ciento.
Si a esto sumamos que la política monetaria del Banco de México, ubica en 10 por ciento su tasa de interés referencial, nos muestra que el costo del dinero será muy alto y que todo esto golpea de manera más fuerte a los pobres, por quienes supuestamente prometió trabajar López Obrador.
Este impacto es aderezado con un incremento de violencia e inseguridad, elementos que desalienta a los capitales privados, externos y nacionales, que disminuyen su flujo al país, además de una ruptura en el estado de derecho que ha implicado modificaciones unilaterales en las normas y reglamentos establecidos en el T-MEC que hoy nos coloca al borde de paneles de controversias que pueden salir muy caros.
Ante este panorama, solamente queda que el poder Legislativo reoriente los presupuestos a favor del verdadero fortalecimiento del mercado interno, que exista la producción para será autosuficientes y poder exportar a favor de captar capitales.
Que la riqueza que se origine este enmarcada en la legalidad, al disminuir el comercio informal con la creación de empleos mejor remunerados.
El desastre económico en México ya esta hecho y solo falta reconocerlo para poder encontrar las soluciones pertinentes que nos lleven a un cambio de la política económica. Que la razón y sensatez este por encima de la ideología y la veneración a una sola persona, de lo contrario seguirlos en el camino donde los alfileres no resistirán y caeremos a una crisis más profunda.
