De memoria
Carlos Ferreyra Carrasco
Hoy, igual que ayer, quizá un poco peor porque gracias al esfuerzo cotidiano del funambulero de cada mañana, siempre hay novedades.
La gente, a pesar de todo, se mueve como en un corral redondo, siguiendo a la mano. Lo actual es vomitar toda clase de tonterías porque se murió quien debió morirse hace décadas.
Y no es mi opinión sino la de su hijo al que hereda la grácil y lucidora chamba, cuando el novel monarca ya está tocando las barbas de San Pedro, jalando la cola a Belcebú o del equivalente en la pandilla religiosa a la que esté afiliado.
Leo a mi querido Francisco Rubiales Moreno. Periodista ejemplar, hombre de pro y padre de un mexicano entre los varios vástagos con Maricarmen, naturalmente.
Dice el ademas académico andaluz, que los españoles no tienen derecho o por qué dolerse por la ocupante territorial de Gibraltar, supuesta o históricamente parte de su país, ocupado, administrado por Gran Bretaña.
Aplica igual criterio para las islas Malvinas que reclama Argentina desde tiempos inmemoriales. Creo que son casos distintos pero igual sirven para mostrar porque a ese imperio se le ha conocido como La Pérfida Albión .
Cabe mencionar que mientras los piratas, generalmente ibéricos, peleaban a cara descubierta para cometer tropelías que eran penadas por las leyes, los ingleses expidieron las Patentes de Corso que les autorizaba a robar, matar y a violar cualquier norma ética o legal.
De preferencia atracando navíos españoles o puertos coloniales. De allí la fortificación de Campeche.
Los famosos corsarios, el más celebrado, Sir Francis Drake, elevado a la nobleza por su eficiencia criminal. Por seres como este se entiende la existencia, presuntamente fantasiosa, de los agentes doble cero “con licencia para matar”.
Con México también hay historia: tuvimos que entregar Belice para impedir una agresión o invasión. Se apropiaron del petróleo recuperado para el país en el 38, año de mi nacimiento.
Indios, chinos bajo gobernadores imperiales, la guerra del opio, fuente de sus incalculables recursos, igualmente extraídos de los territorios africanos que ocuparon por siglos.
Sin duda que el aforismo relativo a la corona británica, “reina pero no gobierna”, puede demostrarse en particular en la parte histórica que nos ha tocado vivir.
El personaje emblema de la Segunda Guerra Mundial, Sir Winston Churchill y en total contraste y símbolo de decadencia, el greñudo recién defenestrado, Boris Johnson cuya ineficacia sólo le permitió estar en el cargo algo así como dos años.
El monarca Carlos III, ha sido un hombre de luces y sombras. Aunque la única luz que se le conoció fue al casarse con Diana, una güerita desabridona pero con ángel, a todo mundo le caía bien.
Pero esa luminaria también fue sombra. De cascos ligeros, se le relacionó con un caballerango y con un entrenador gimnástico, mientras su marido le daba vuelo a la hilacha con un muy veterano amorío.
Hay que aceptarlo, en ese mundo de protocolos rígidos y normas inviolables en lo formal, los cuernos van con las coronas.
Y se llevan airosamente lo mismo en Gran Bretaña que en Suecia o en España.
Entrenado en patochadas como manejar un avión, sostener el timón de un navío que se conduce por computadora, montar caballos, desfilar con coloridos uniformes repletos de condecoraciones que no corresponden a actividad concreta.
Nunca fue galán, menos ahora en su tercera edad y nunca supo de las amarguras del poder, de la a veces dolorosa responsabilidad de gobernar, de asumir decisiones que alcanzan a afectar a muchos.
Morirá con un desagradable recuerdo de su longeva madre que le negó el disfrute del fasto y la gloria… aunque lo libró de afanes y labores incómodos. Vida placentera, pero pudo ser gozosa…
