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AMLO VIVE OBCECADO CON EL PODER

· RUPTURAS, TRAICIONES Y CORRUPCIÓN

Contracolumna

JOSÉ MARTÍNEZ M.

Cuando Andrés Manuel López Obrador asumió su mandato como presidente enarboló la bandera de la “Cuarta Transformación”, de acuerdo a sus palabras el país pasaría por una fase de transición con miras a un cambio de régimen. Para ese “cambio”, confiaba en tener el método, los hombres y la capacidad para lograrlo. Sin embargo, se ha consumido un poco más de la mitad de su sexenio y el tabasqueño no podrá ver acaba su obra. Su gran error consistió en pensar que dicha tarea sería su responsabilidad única. Obrador ignoró que en su proceso de transformación, México ha pasado por varias etapas históricas, todas ellas dentro de una acción colectiva y no la obra de un solo hombre.

“Gobernar no tiene ciencia” –ha dicho más de una vez desde que asumió el poder–. Con el reloj en contra su equipo de trabajo con el que desembarcó se ha ido diluyendo hasta llegar a la confrontación entre sus principales colaboradores en la disputa por el poder y la corrupción.

La obsesión por demostrar su liderazgo lo ha llevado a impulsar un polémico referéndum de “Revocación”, cuando constitucionalmente no existe impedimento alguno para interrumpir su mandato sexenal. Con un equipo de gobierno resquebrajado ha recurrido a su papel de caudillo para recurrir a la muchedumbre en busca de ratificar su liderazgo.

A partir de 1934 todos los presidentes han permanecido de manera inalterable seis años en el poder. Obrador es el décimo quinto

presidente de la república que asumió el poder de manera pacífica desde la época del general Lázaro Cárdenas.

En su primer intento, de tres, por conquistar la Presidencia, en 2006, Obrador se declaró “presidente legítimo” y formó un “gabinete simbólico” tras alegar un fraude electoral en su contra.

Años atrás, después de la derrota aplastante del PRI en las elecciones del 2000, el primer presidente de la alternancia, Vicente Fox, formó un equipo de trabajo mediante el método de reclutamiento, para ello recurrió a la contratación de cinco firmas de cazatalentos (head hunters) para seleccionar a los “mejores” hombres e integrarlos a su equipo de gobierno. La tarea de éstos e consistía en presentar candidatos, que deberían reunir cinco cualidades: “Amor a México; alto sentido de la responsabilidad social; honestidad probada y obtención de resultados”. Además los aspirantes a ocupar un cargo en el gabinete, debían hablar inglés y saber informática.

Fox que tenía la misma percepción de Obrador de ver con simpleza la forma de gobernar, todo lo quería “arreglar” en 15 minutos y fracasó.

Sin una metodología ni un rigor en la capacidad para la integración de su gabinete, para Obrador la cualidad de sus colaboradores consiste en 90 por ciento de honestidad y 10 por ciento de experiencia. Pero lo más importante de las condiciones impuestas a los miembros de su equipo consiste en la “fe ciega” de su liderazgo.

Los conflictos al interior del gabinete presidencial se dieron desde el momento en que anunció los nombres de quienes serían sus principales colaboradores.

El primero en desertar del equipo fue Héctor Vasconcelos, quien puso pausa a su carrera diplomática para ocupar un escaño en el Senado de la República. Vasconcelos dijo no al presidente Obrador para ocupar la titularidad de la Cancillería, un día después de su designación, luego del aplastante triunfo del tabasqueño, entonces Marcelo Ebrard quien recién había desempacado de París, recibió el nombramiento de parte de Obrador.

La personalidad de Vasconcelos contrastaba con la del presidente. Los buenos modales del diplomático se caracterizan por su optimismo y su rechazo a los insultos, acostumbrado a no decir malas palabras o gritar, Vasconcelos optó por desechar el ofrecimiento del tabasqueño.

El nombramiento de Manuel Bartlett al frente de la Comisión Federal de Electricidad también provocó división en el equipo del presidente. Tatiana Clouthier quien fue propuesta para ser subsecretaría de Gobernación declinó la invitación del presidente electo. “No tengo nada contra Bartlett, pero no lo invitaría a mi casa”, dijo con ironía Tatiana, actual secretaria de Economía.

Para Clouthier, Bartlett orquestó el fraude que impuso a Salinas y es sospechoso del accidente en que perdió la vida su padre (Manuel J. Clouthier).

Eran las primeras señales de que algo andaba mal en el primer círculo del presidente Obrador. Después vino la explosiva renuncia del efímero secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, cuando apenas había transcurrido el primer semestre del gobierno.

Urzúa hizo pública su dimisión con una dura carta publicada en su cuenta de Twitter en la que expresó su desacuerdo de que se hayan “tomado decisiones de política pública sin el suficiente sustento”.

“Estoy convencido de que toda política económica debe realizarse con base en evidencia, cuidando los diversos efectos que ésta pueda tener y libre de todo extremismo, sea éste de derecha o de izquierda. Sin embargo, durante mi gestión las convicciones anteriores no encontraron eco”.

“Me resultó inaceptable la imposición de funcionarios que no tienen conocimiento de la Hacienda Pública”, agregó Urzúa, un hecho que “fue motivado por personajes influyentes del actual gobierno con un patente conflicto de interés”.

Era evidente que el presidente Obrador no mantenía desde el principio la cohesión entre sus principales colaboradores. A partir de entonces Urzúa pasó a convertirse en un severo crítico de las políticas públicas del obradorismo.

Al segundo año del mandato de Obrador, vino la renuncia del zar anticorrupción, Jaime Cárdenas Gracia quien fue designado como director del Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado, el presidente lo llenó de elogios, tres meses después las alabanzas se convirtieron en vituperios. En septiembre de 2020 la renuncia de Cárdenas Gracia desnudó al gobierno del presidente Obrador.

Simplemente el funcionario no estuvo de acuerdo y decidió cumplir con su obligación de denunciar los malos manejos en el Indep que involucraban a personajes cercanos al círculo del presidente, específicamente a Alejandro Esquer, su secretario particular, como antes lo fue René Bejarano con los millones de pesos recibidos del empresario Carlos Ahumada.

El titular del Indep dijo entonces que no creía en la “fe ciega”, condición que Obrador exigió como un juramento de lealtad absoluta. Cárdenas Gracia rompió el código que prohíbe hablar de los asuntos internos del gobierno obradorista.

Otro episodio de las pugnas internas se dio entre el secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú y el secretario de la Defensa Nacional cuando el presidente ordenó que el ejército se encargara del control de los principales aeropuertos y de la construcción de numerosas obras de infraestructura en materia de comunicaciones y transportes, como fue el nuevo aeropuerto de Santa Lucía.

Los casos más conflictivos en el primer círculo presidencial son los de Manuel Bartlett y Alejandro Gertz.

Durante un tiempo Santiago Nieto Castillo, titular de la Unidad de Inteligencia Financiera era el inquisidor que actuaba a la menor señal del presidente con la clásica instrucción de “encárgate de esto”. Esos “moditos” le acarrearon a Santiago Nieto conflictos con el fiscal Alejandro Gertz, quien a su vez desde un principio mantenía una guerra interna con el consejero jurídico, Julio Scherer Ibarra, considerado como el hombre más cercano al presidente Obrador, quien incluso se refirió a Scherer como su “hermano”.

Santiago Nieto como el extitular de Hacienda Arturo Herrera salieron del equipo presidencial por la puerta de atrás con una patada simbólica en el trasero. Lo mismo ocurrió con la secretaría de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval por conflictos de interés y corrupción tras el empecinamiento por imponer a un familiar como candidato a la gubernatura del estado de Guerrero.

Hubo otros casos de conspicuos personajes que fueron echados del gabinete presidencial por ineptos, como la secretaria de Economía, Graciela Márquez Colín, lo mismo que Josefa González-Blanco Ortiz-Mena, titular de Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales y su sucesor también en esa cartera Víctor Manuel

Toledo por diferencias ideológicas con el gobierno obradorista, aunque en su carta de renuncia alegó “motivos de salud”.

De escándalo en escándalo en el gabinete presidencial, apareció la figura de la polémica secretaria de Educación Pública, Delfina Gómez sancionada en enero pasado por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación por delitos electorales cometidos durante su gestión como alcaldesa de Texcoco para apoyar financieramente a Morena. La funcionaria creó una red para “descontar” ilegalmente a cientos de trabajadores del municipio el 10 por ciento de sus salarios. Sin embargo, se mantuvo inamovible como un ejemplo de impunidad.

Pero el escándalo mayor, hasta ahora, estaba por llegar tras la reciente denuncia del exconsejero jurídico Julio Scherer Ibarra quien exhibió a la exsecretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero y al fiscal general Alejandro Gertz bajo los reflectores de la corrupción y los abusos de poder, tras las revelaciones publicadas por la revista Proceso.

Y todavía falta lo peor: las pugnas por la sucesión presidencial que mantienen confrontados al canciller Marcelo Ebrard y a la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum.

Conforme avanza el tiempo, Obrador ha ido perdiendo amigos y aliados. Los casos de Ricardo Monreal, líder del Senado y de Porfirio Muñoz Ledo forman parte del drama que vive el tabasqueño quien vive obsesionado con el poder.

El gran problema de la “cuarta transformación” es que tiene un caudillo, un actor único y una sola voz frente a los destinos del país. López Obrador quien de a poco se ha ido convirtiendo en un personaje novelesco como el gran solitario de palacio que recurre a

la muchedumbre para aliviar su soledad y el abandono de sus amigos. La ruptura de Scherer con Obrador es un ejemplo.

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