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COLUMNAS MÉXICO

Manuel Mejido, andanzas de un viejo periodista

Por Abraham Gorostieta

Hagamos un viaje en el tiempo. Es el año de 1973 y es la oficina del director de Excélsior, Julio Scherer García.

Él, sentado detrás de su escritorio organizando las noticias de cualquier día de septiembre. De repente interrumpe su trabajo por el escándalo provocado por don Daniel Cosío Villegas que entró sin anunciarse y con periódico en mano –agitándolo-, lo muestra ante el director de Excélsior que asombrado lo mira: “Julio, que espléndidos reportajes hace este Mejido, después de leer sus reportajes sobre Guerrero quiero firmar como reportero en tu periódico”. Don Julio acepta sin dudarlo, el maestro Daniel Cosío sale de su oficina y Julio Scherer llama a Manuel Mejido y lo felicita, ésta historia la cuenta Manuel Mejido en entrevista para Instantáneas Mexicanas.

Ese ha sido el trabajo de Manuel Mejido, reportar al México bronco. Periodista de la Vieja Guardia, el maestro Mejido nos concede una entrevista. Cita al reportero en su casa en el Pedregal. Al llegar el reportero y después de un fuerte apretón de manos lo primero que dice don Manuel Mejido es “Junto a mí vivía Manuel Marcué Pardiña, que en paz descansé, así que no me pueden decir que la izquierda no vive en el Pedregal también”.

Manuel Mejido, con más de sesenta años de periodista y con varios libros en su haber se inició en el periodismo de la mano de Carlos Denegri, trabajó para Excélsior y después para El Universal. Actualmente trabaja en El Sol de México y en radio “De mantenimiento para no morirme. Para estar en activo y no estar todo el día metido en mi casa y hacer algo de lo que me gusta hacer”, dice el viejo reportero rascándose la comisura de sus labios.

Corresponsal de Excélsior por todo el mundo, su primer encargo en éste diario con tan sólo 20 dólares en la bolsa fue toda una hazaña: entrevistar a Nikita Jrushov, presidente de la entonces Unión Soviética. A partir de ahí la lista de entrevistados es impresionante: David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo o Pablo Picasso, quien por cierto le obsequió una pincelada de aquella innovadora técnica plástica en un automóvil. Dwight Eisenhower, Ronald Reagan, el Sha de Irán, Pablo Neruda o Gabriel García Márquez, entre otros. Con su quehacer periodístico ha ganado en 18 ocasiones el Premio Nacional de Periodismo y fue considerado por la revista Time como uno de los mejores periodistas de México en su edición especial del año 2000.

Recuerdos dolorosos

Sus padres llegaron a México de España para forjarse un futuro prometedor en Tierra Blanca, Veracruz. Su padre era un hombre trabajador, en tres lustros fue un prominente empresario.

Mi padre era dueño de una gran tienda que ocupaba una manzana, era representante de la Cervecería Moctezuma, de la Remington de Cartuchos, de la Nestlé, de la Singer. Al primero que buscaban en esa zona era a mi padre para que los representara. Vendía abarrotes, ropa, muebles y de todo; al lado de la tienda estaba su cantina y los cigarros; y al lado su peluquería y también el cine y más, él tenía todo y por lo tanto tenía mucho dinero.

El periodista recuerda con una sonrisa dulce y con la mirada hacia el horizonte. De repente el semblante le cambia, se torna duro y habla: “A mi padre lo secuestraron y luego lo asesinaron”, voltea a mirar al que esto escribe y continúa:

Mi padre fue hombre de dinero, por eso lo secuestraron y pidieron mil centenarios como rescate. El General Miguel Molinar –que fue jefe de la policía en México en el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines- fue el encargado de llevar el rescate. Una vez liberado mi padre fue a casa y ahí se habían juntado un grupo de sinvergüenzas que le debían dinero y lo asesinaron, entonces todos los amigos de mi padre llegaron al pueblo y lo vengaron. Mataron al presidente municipal, a los síndicos, a los policías, a todos los sinvergüenzas que mataron a mi padre o que estuvieron involucrados. Después llegó el ejército mexicano a aprehender a mi madre por sedición. A raíz de eso, mi madre tuvo que dar cada dos años una propiedad que el gobierno le expropiaba. Yo tenía ocho años.

Mejido junta sus palmas y vuelve a tomar otros bríos y de muy buen humor platica sobre sus años de estudiante. Se graduó de Químico Metalurgista en la Facultad de Química Berselius de los padres jesuitas y origen de la Universidad Iberoamericana.

Yo hice la carrera de químico metalurgista porque en ese entonces no había carrera de periodismo. Se me facilitó la química inorgánica, además que era una carrera corta y lo que querían en mi casa es que acabará la Universidad y me titulara.

En lo que parece ser su oficina hay una servibar grande, varios libros y un ventanal que da a su amplio jardín. Hablar de periodismo es algo que Manuel Mejido degusta como si estuviera catando un vino. “Creo que el periodismo debe ser denuncia, mi carrera ha sido de denuncia permanente”, sus reportajes y libros prueban lo dicho, enfatiza el periodista.

Inicios. El primer contacto

Era muy joven, tenía 19 años de edad y Manuel Mejido tenía la inquietud del reportero. Aún no se titulaba pero unos amigos lo acercaron por primera vez al quehacer de la redacción. Mejido recuerda que uno de ellos le comento “Yo conozco a Eulalio Ferrer y él tiene un semanario que se llama Claridades, te voy a presentar con él”. En esos años Claridades tenía firmas prestigiosas de las que destacan Luis Spota y Renato Leduc, pero el único puesto que había disponible era el de cronista taurino. Con habilidades natas para describir hechos Manuel Mejido fue escalando todos los peldaños en esa área a la vez que se relacionaba con colegas periodistas que gustaban de la tauromaquia. Así conoció a Moisés Vázquez, columnista de la Primera de Noticias.

A mí se me había hecho muy fácil esto del periodismo, así que fui a preguntarle a Moisés Vázquez, un columnista que tenía un espacio en Excélsior en donde escribía puros chismes y le dije “oye Moisés quien es el mejor periodista en México” y me contestó “Carlos Denegri, sin duda”, Carlos Denegri repetí y pregunté ¿Dónde está ese pájaro? “En Excélsior” me contestó Vázquez.

Sin esperar un momento más Manuel Mejido fue a buscar al “mejor periodista” al periódico donde trabajaba. Ahí le dijeron que Carlos Denegri nunca iba pero le dieron la dirección de su oficina: Reforma 456. El joven Mejido lo localizó y le pidió una entrevista para Claridades. Una vez en la oficina de Denegri y sentados ambos en un sillón, el joven Mejido con libreta en mano le dijo: “No es cierto lo de la entrevista, vengo a tomarlo, como dice el Talmud de maestro. Quiero trabajar con usted”. Carlos Denegri se sorprendió pero “inmediatamente me aceptó y de ahí para adelante”, recuerda Mejido al mismo tiempo en que sonríe.

Pero Carlos Denegri, no es bien recordado por el periodismo mexicano, quienes lo conocieron dicen de él “que era un periodista bastante pedante y prepotente y dada su habilidad para hacer ‘amistades’ se le abrían todas las puertas, que sus borracheras eran bien conocidas y sus embutes más” pero, en palabras del periodista Manuel Mejido, Denegri era un personaje de la famosa novela de Robert Louis Stevenson:

Carlos Denegri era el Doctor Jekyll y Mister Hyde. Cuando estaba sobrio era una bella persona, fino en el trato, culto e inteligente, polígloto pero nada más se le pasaban las copas y se convertía en un demonio, otra cosa, un espanto. Profesionalmente era un gran periodista, narrador, cronista, columnista talentoso pero sobre todo –lo que era en esa época- era un periodista que aceptaba dinero de los políticos.

Al hablar de Denegri las manos de Mejido se mueven y se abren al diálogo. Pero don Manuel Mejido estuvo más de veinte años con Carlos Denegri y a su vez cerca de los vicios de éste. No importó, pues “aprendí lo mejor de Carlos Denegri y aprendí a rechazar lo peor de él”, dice don Manuel con un aire de melancolía.

Se ríe y recuerda, mira al fondo y dice:

Junto con Ángel Bilbatua –excelente fotógrafo-y Carlos Denegri le di dos vuelta al mundo. Imagínate 25 años con él. Una vez andábamos en la gira presidencial de Adolfo López Mateos por Filipinas y después de trabajar nos reunimos en el hotel, para ser precisos en mi habitación, Mauricio Ocampo, Carlos Denegri, Federico Mariscal, José Pepe Camacho y yo. Y Pepe llevaba una valija con un millón de dólares que era lo que llevaba el presidente para su viaje y conforme se fuera vaciando la iban llenando. Cuando todos se fueron a dormir a Pepe se le olvidó la valija debajo de mi cama y fue ahí cuando por primera vez –porque hubo otras- que dormí bajo un millón de dólares. En la mañana Pepe estaba literalmente tirando mi puerta y desesperado fue a hurgar debajo de mi cama y se llevó la valija. Denegri estaba muerto de la risa y yo no sabía por qué. En otra ocasión, cuando Luis Echeverría fue a Europa y a ver al Papa, nuevamente en mi habitación nos tomamos unos tragos Rafael Cardona, Mauro Jiménez y yo. Nuevamente Mauro olvida la valija del millón debajo de mi cama y a las seis de la mañana él si nos tiró la puerta –la desatornillo- y dijo al entrar “Ay perdón, olvidé unos documentos debajo de tu cama” y saca la valijita y le digo “Ay cabrón, olvidaste la valija del millón de dólares”. Mauro se echó a reír.

Manuel Mejido y Carlos Denegri hicieron una amistad muy fuerte, “Me llegue a compenetrar de una manera singular, si él empezaba una nota y yo la terminaba parecía que estaba hecha por una sola persona” y toma la rodilla del entrevistador y mirándolo como si señalará una injusticia dice:

Una vez lo acompañe al aeropuerto y de repente Carlos se voltea hacia mí y me dijo: “Manuel te quiero más que a mi hijo Carlos María de Guadalupe”, me quedé frío, ¡imagínate! más que a su único hijo varón. Y por no parecer lambiscón y cortesano no le dije “Carlos yo te quiero como al padre que me asesinaron”, no se lo dije, fui mezquino, y me arrepentí toda mi vida de que él no se quedara con esa impresión de generosidad como yo la tuve de él en ese momento.

La vida en Excélsior y Julio Scherer

Después de trabajar en Claridades, Manuel Mejido hizo su carrera periodística en Excélsior, que en esos años era considerado uno de los cinco mejores periódicos del mundo. Ahí Mejido demostró sus dotes como entrevistador y reportero. Ahí cosechó muchos amigos y conocidos. Uno de ellos fue don Julio Scherer García. Pero al preguntarle sobre aquél período en el periódico de la vida nacional y que se le ha llamado “El Excélsior de Scherer” Manuel Mejido mira extrañado al que esto escribe y sentencia “Eso es un mito en muchos aspectos. Julio Scherer se está haciendo pasar como el castillo de la pureza del periodismo, como el impoluto y Scherer fue un periodista muy corrupto” y sigue:

Fue corrupto más por la forma de conducirse que si recibiera dinero. Nunca tomó un centavo esa no era la forma de corrupción de Scherer, sino tomarse de la dirección de Excélsior y los mejores asuntos para hacerlos él, eso es corrupción, eso no se debe hacer.

En todo momento de la entrevista la voz de Manuel Mejido era dulzona y amable excepto cuando se le preguntaba por Julio Scherer, su voz arrecia y su rostro se endurece:

Julio Scherer es también un envidioso del triunfo de los demás, él quería ser el mejor en todo, el mejor linotipista, el mejor reportero, el mejor director, el mejor jefe de redacción, el mejor elevadorista, el mejor conserje, todo. No se conformaba con nada, era insaciable y eso lo llevó a cometer muchos excesos de actos injustos, Julio es un hombre sumamente injusto y a Excélsior lo perdimos justamente por esas actitudes de Scherer. Vino Luis Echeverría a revolvernos todo y nos salimos. Yo no me salí siguiendo a Julio sino por conciencia, nada más.

Pero ¿por qué dice esto?, pregunta el reportero a Mejido, la respuesta no se hace esperar:

Porque lo conozco y me conoce. Yo no puedo decirle lo que no soy ni él puede decirme a mí lo que no es, ¡hombre!, nos conocemos muy bien, fuimos mucho tiempo compañeros, subimos juntos.

El periódico Excélsior ha pasado por varias crisis internas en su vida. Manuel Mejido recuerda la primera, a la muerte del director de entonces, Rodrigo del Llano y después de Gilberto Figueroa. Así lo recuerda Manuel Mejido:

Con Figueroa no pasó nada, vino un problema después de la muerte de Rodrigo del Llano, cuando un grupo de pillos, seudoperiodistas de corte conservador quisieron tomar el control de la cooperativa. La buena época es cuando entra Manuel Becerra Acosta y pone de gerente a José de Jesús García y junto con ellos estuvimos nosotros un grupo de jóvenes reporteros de primerísima línea, puros buenazos, la pelea no era con otros diarios sino dentro del mismo Excélsior, haber quien se llevaba la primera plana.

Y sobre el maestro Manuel Becerra Acosta hijo, Manuel Mejido tiene buenos recuerdos:

Manuel Becerra Acosta fue el verdadero cerebro de Excélsior para todos los movimientos internos que tuvimos que hacer y Manuel Becerra Acosta era un gran periodista. Julio Scherer estaba en la dirección y Manuel en la subdirección manejando el periódico.

En eso hace una pausa y voltea a mirar al entrevistador y dice:

Recuerdo cuando le dije a Porfirio Muñoz Ledo que en ese entonces era del PRI y su nombre pesaba en ese partido, le dije “Oye Porfirio, todavía tu jefe Luis Echeverría sigue teniendo diálogos con Dios”, y me dijo riéndose “Sí, pero ahí siempre se encuentra en la antesala a tu jefe Julio Scherer”, y seguía riéndose.

Manuel Mejido fue indiscutible testigo de la salida del grupo de Julio Scherer de Excélsior aquel 8 de julio de 1976.

Lo que pasó en Excélsior fue la torpeza de Julio Scherer. Él se creía el padre espiritual de América, a ese grado había despegado los pies el amigo Julio Scherer del piso y Luis Echeverría que había despegado los pies mucho antes que él, se sentía el padre político de América y como América no podía tener dos padres, un padre le cortó la cabeza al otro y perdimos Excélsior. Dos hombres realmente desorbitados peleándose la paternidad de América. Julio siempre arropado por la envidia y la arrogancia, por una megalomanía enorme y Echeverría igual.

Hace otra pausa y con el dedo índice en sus labios reseña:

Nosotros éramos un grupo de diecinueve reporteros que llevamos a Julio Scherer a la dirección de Excélsior y debo confesar que lo llevamos hasta con trampa, con trampa para favorecer al periódico y darle otra cara, pero de todas formas trampa. Julio le ganó a Víctor Velarde la votación para ser director por veinte votos, los cuales se los estuvimos trajinando para favorecerlo. Alberto Ramírez de Aguilar era el jefe de su campaña, Becerra Acosta también y tuvimos que hacer alguna cosilla para que pudiera salir Julio Scherer adelante y fue algo muy bueno porque reformamos todo y subimos y subimos y subimos a base de esfuerzo, talento y todo iba muy bien cuando empezó Julio Scherer a tener levitaciones y diálogos con Dios. Ahí fue cuando nos fue mal y deshizo a nuestro grupo y desembocaron las cosas en lo que desembocaron.

Al preguntarle sobre Regino Díaz Redondo, Manuel endurece más el ceño y dice:

Él estaba en nuestro grupo y Julio Scherer que es un necio no lo supo ver, ni lo que hacía. Julio sabe ver nada más a los que lo halagan, porque le encanta el halago. Yo siempre me llevaba con mentadas de madre con Julio, era mi forma de ser y la de él. Así nos llevábamos, yo nunca le hice un halago, Regino sí. En una reunión del grupo que llevó a Scherer a la dirección Regino le dijo a Julio: “Julio eres la persona más decente que he conocido” yo me reí y Julio también y después le dije a Regino “Ya cálmate manito” y eso que Julio todavía no era director sino ayudante de la dirección y líder de nuestro grupo y Regino siempre de lambiscón. En fin, llega Julio a la dirección y Regino siempre de cortesano y a Scherer que le encantan los halagos lo convirtió en director de la Extra y presidente del Consejo de Administración y ahí es donde le preparan el Golpe, que no fue a Excélsior, fue a Scherer porque él lo propició en todo momento y Regino nos traicionó a todos. Y lo peor es que él y su grupo resultaron traidores, ladrones e ineptos porque nunca alcanzó Excélsior el lugar que tenía, tras la salida de nuestro grupo.

Y con tristeza sentencia: “Cuando nos pegan en Excélsior se rompe la escuela de periodismo ¿Por qué? Porque nosotros aprendíamos de los que iban arriba y los que iban a bajo aprendían de nosotros. Scherer nunca quiso ver eso. Julio a su salida de Excélsior no aterrizó sus pies en la tierra y se envició más, la prueba es lo que les hizo a Carlos Marín y al propio Froylán López Narváez que le fue el leal de los leales. Scherer los corrió con la mano en la cintura”.

Manuel Becerra Acosta y Miguel Ángel Granados Chapa

Manuel Becerra Acosta fue uno de esos grandes periodistas de México. Es difícil encontrar a algún periodista que lo conoció y no hable bien de él, a pesar de ello, el maestro Becerra Acosta fue exiliado en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari y murió en el olvido, tan sólo rescatado a manera de homenaje por Carlos Marín, Carlos Payan Velver, Rafael Cardona y Abelardo Martín. Manuel Mejido voltea hacia arriba y dice con voz muy baja: “Manuel Becerra Acosta terminó muy mal, Manuel no se supo medir en los tragos. Fue una gran periodista, fundó Unomasuno y lo levantó hasta arriba y lo pierde por lo mismo, por abusar del alcohol”, se detiene en su relato y después de una breve pausa continúa:

Cuando salí de Excélsior el 8 de julio de 1976 enseguida me contrataron y me fui de subdirector de El Universal. En esos días me habló Fernando Benítez para que me tomara una foto con los fundadores del Unomásuno y le dije: “No chingues yo soy subdirector de El Universal” y él dijo “No importa, de todas formas vienes”. “No, sí importa” le dije “Me van a correr de El Universal”. Total, que me tomó la foto con los fundadores del Unomásuno y la publica José Pagés Llergo en Siempre! y me habla Juan Francisco Ealy Ortiz y me dice: “Oye que ya estás en el Unomásuno” y le dije “No, estoy apoyando a mi amigo y compadre Manuel Becerra Acosta y a mi amiguísimo Fernando Benítez y a todos esos compañeros de Excélsior, yo no me voy a ir de El Universal sin avisar, ni que fuera chacha”, y Ealy Ortiz se río.

Hablar de Fernando Benítez es cosa que le gusta a don Manuel, “Benítez fue un hombre muy inteligente, brillante para la pluma aunque no fue periodista”, dice Mejido al entrevistador y luego le pregunta: ¿Usted es reportero? No espera respuesta  continúa:

Para mí periodistas son los que pasan por reporteros, no hay más. Ahora hay muchos que escriben y nunca pasaron por reporteros y que utilizaron su medio y sus escritos para ver si podían ser gobernadores de Hidalgo. Y me refiero a Miguel Ángel Granados Chapa. Él nunca estuvo en el grupo de los diecinueve. Granados Chapa habla mucho de ética y nunca la ha tenido, eso sí tuvo una revista llamada Mira que le servía de lavandería cuando estaba en el Unomásuno y La Jornada ¿Usted cree que es ético que un periodista que está prestando sus servicios en un periódico tenga una revista por donde está metiendo publicidad de todas las cosas que él está manejando en el periódico? Eso no es ético, es una lavandería. Yo nunca he visto o sé que Granados Chapa haya escrito un reportaje en su vida y sé cómo llegó a Excélsior que fue como corrector de estilo, eso es lo que era.

Y nuevamente recuerda al maestro Becerra Acosta con nostalgia:

Manuel Becerra Acosta y Julio Scherer vivían en constante enfrentamiento intelectual, relativamente amistoso. Manuel Becerra metió de ayudante a Granados Chapa que era muy intrigante, eso sí, muy trabajador también. Recuerdo que Manuel describía a Granados Chapa así: Miguel Ángel es tan intrigante pero tan intrigante que cuando duerme, duerme con el ojo izquierdo abierto y el derecho cerrado y en vez de cambiar de posición en la cama él cambiaba de ojo, abre el derecho y cierra el izquierdo, en fin, te decía, Becerra vio que Granados era muy intrigante y pensó: Voy a fastidiar a Julio y le dijo a Scherer, “Este joven corrector que tengo aquí es una maravilla, te serviría para un sin fin de cosas, corregir las páginas editoriales, no ¡que cosa!, uy, uy, uy una maravilla”, y Julio Scherer que es muy inteligente se dio cuenta de la maniobra de Manuel y empezó a fastidiar a Manuel inflando a Miguel Ángel Granados Chapa y lo inflo y lo inflo como a un globo, tanto que no lo pincharon nunca, esa es la realidad de Granados y yo lo escribí  se lo dije muchas veces  él estuvo enfrente de mí para que me sostenga que no fue así y que digo mentiras, aquí enfrente de mí y no lo hizo.

Después de Excélsior

Al “salir” de Excélsior y llegar a su oficina, el teléfono de Manuel Mejido sonaba. Alzó la bocina y escuchó la voz de Juan Francisco Ealy Ortiz, dueño de El Universal. Le ofreció trabajo como subdirector, trabajo que aceptó Manuel Mejido inmediatamente. Al día siguiente se entrevistó con el dueño del El Universal en su oficina y en seguida Ealy Ortiz le dijo: “Mira Manuel, yo no soy periodista, no sé nada de periodismo pero para eso te contrató a ti”, a lo que Mejido respondió: “Que bueno, entonces vamos a hacer periodismo”. Ealy Ortiz asintió y después escuchó una condición de Manuel Mejido: “Nunca le recibas la llamada a ningún jefe de prensa de cualquier secretaría que te pida que le quites al periodista que tienes ahí en la fuente, no lo hagas”. Después que Ealy aceptó la condición, Mejido se convirtió en subdirector de El Universal.

Pero la tarea enfrente de él era inmensa y ardua, Mejido recuerda:

Cuando llegue a El Universal como subdirector lo sacamos de 45,000 mil ejemplares a 100,000 en año y medio, claro que me lleve a los reporteros más jóvenes de Excélsior y era algo terrible porque como subdirector tenía que rehacer hasta veinte notas al día. ¡No que bárbaro!, era de decir: “A ver, a ver, a ver, venga para acá compañero, venga, siéntese aquí conmigo, mire, usted me está haciendo un editorialito aquí y luego me pone su noticia. Este editorialito de ahora en adelante lo vamos a suprimir y usted me va a dar tan sólo la noticia ¿Dónde está su noticia? No está aquí, está acá y vamos a empezar por acá y no me lo repita cuatro veces”, nombre era de un batallar, es decir, el a, b, c, del periodismo, “Mire compañero, se hace así y así”, y daka, daka, daka, daka, le pegábamos al teclado y hacíamos una cuartilla y se levantaba el compañero y venía otro con el mismo problema y en fin me aventaba doce, quince y hasta veinte cuartillas y siempre detrás de ellos hasta que se metieron al carril y después levantamos el periódico.

Aunque sobran quienes conocen a Juan Francisco Ealy Ortiz y reconocen que no es un embajador de la libertad de expresión, aunque se presente como paladín de ésta. Sin embargo Manuel Mejido tiene otra impresión del empresario:

Juan Francisco Ealy Ortiz nunca dice que es periodista porque no lo es, es un empresario exitoso de la industria editorial nada más, lo malo es que ahora los periodistas tenemos que ser empleados de empresarios. Ahora los periodistas tenemos que ser empleados de los empresarios que en la mayoría son unos verdaderos ignorantes.

Enseguida relata una anécdota:

Una vez le pregunté a uno de esos grandes dueños de las cadenas radiofónicas, pues estábamos en una boda, y tocaron el Bolero de Ravel, y me dirijo a él y le digo “qué bonito están tocando el bolero de Ravel, si reviviera Isadora Duncan se volvía a desnudar en el Partenón”, y se voltea a decirme “¿Quién es Isadora Duncan?”. Los periódicos no pueden estar a la sombra de estos empresarios o dirigidos por torpes e ignorantes como Federico Arreola, afortunadamente Carlos Marín es mil veces mejor director que ese tipo y lo ha demostrado y con creces.

Periodismo mexicano

Manuel Mejido explica que existen libros enseñan cómo escribir una entrada para una nota o un reportaje. “Hay que poner qué, cómo, cuándo, dónde y por qué, pero ninguno explica cómo hacer periodismo”. En el periodismo sólo hay una cosa: Hacer reportajes, sentencia enérgicamente.

“Con las nuevas tecnologías, los jóvenes reporteros se dedican a copiar datos que no siempre son ciertos, y lo peor: que no transmiten nada. Así tenemos notas que no provocan sentimientos de alegría, tristeza, dolor  o llevan al asombro”.

Con un aire de nostalgia  tristeza explica: pueden existir nuevas  cada vez mejores aplicaciones tecnológicas que puede usar el periodismo pero si no hay reportero para investigar  y transmitir lo que pasa, nada sirven los adelantos”.

Una de las famosas entrevistas de Manuel Mejido es la que le realizó a Gonzalo N. Santos, gobernador de San Luis Potosí. Se publicó en Excélsior. Pero la pregunta que más atrajo al que esto escribe en dicha entrevista fue la de “Don Gonzalo ¿Tiene usted plena conciencia de que su nombre ha entrado en la historia de México?”. La pregunta en sí es atractiva pero la respuesta lo es aún más. Entonces…

– Don Manuel Mejido ¿Tiene usted plena conciencia de que su nombre ha entrado a la historia del periodismo mexicano?

“Sí, –dice inmediatamente Manuel Mejido- tengo plena conciencia de que mi nombre ha entrado a la historia del periodismo en México porque se necesita una obra maestra y todo mundo considera –que no lo consideró yo- fue mi trabajo Esto pasó en Chile y mis libros: México Amargo, El camino de un reportero, Los aventureros del petróleo, Con la máquina al hombro, en fin. No quiero sonar petulante. Yo hecho esto y nada más, los que hayan hecho algo que lo pongan, que dejen su testimonio y que la historia los critique”.

Al despedirnos, sentencia: “Me ha tocado vivir mucho y posiblemente escriba mis memorias y un libro sobre Chiapas, eso es lo que me gustaría”.

*Fotografías tomadas de la página de Manuel Mejido

Estampas sobre Manuel Mejido escritas por Rafael Cardona. *

La lectura de este libro liberó en mí sentimientos encontrados: admi­ración, nostalgia, envidia y desencanto. Puedo explicar cada uno de ellos. Admiración por la evidencia de cuántos y cuántos recursos de sagacidad, perseverancia y sentido de la noticia hay en todas sus historias. Nostalgia por el recuerdo de los años anteriores cuando compartíamos la redacción y algunas tardes en un diario cuyo estilo y estirpe se reflejaba en un detalle si se quiere nimio, pero para mí altamente simbólico. A las puertas de la Dirección General donde despacharon (en su tiempo) Rodrigo de Llano, Manuel Becerra Acosta y Julio Scherer, había una escultura de bronce. Gutenberg, como figura dominante de todo el esfuerzo común. Envidia por haber llegado tarde a esa época dorada del diario Excélsior, hoy una pá­lida sombra de su viejo prestigio. Y desencanto por darme cuenta de cómo se ha extinguido una profesión para cuyo ejercicio sólo era indispensable querer vivir de esa manera. El periodismo —lo he dicho muchas veces— no es un sacerdocio, un oficio, ni un empleo, ni un trabajo; mucho menos una chamba o un simple quehacer: es una manera de vivir. O al menos lo era.

En mis tiempos se nos decía que un reportaje debe estar lleno de humanidad. Debemos convertir al hombre y sus circunstancias en el tema único del trabajo. En ese sentido la profesión estaba llena de romanticismo. Mucho había de abogado de una sociedad alejada de la voz pública, otro tanto se tenía de cronista de las desventuras; un poco teníamos también de justicieros y procuradores. El periodista debía vivir pensando en otros. Su labor era a un tiempo descubrimiento y asom­bro. Pero él debía mantenerse al margen de lo segundo.

Muchos dicen, desde la antesala del lugar común, que un periodista nunca debe perder su capacidad de asombro. Yo digo lo contrario: un periodista nunca debe perder la posibilidad de comprender lo asombroso.

*Tomado del prólogo del libro Con la máquina al hombro de Manuel Mejido.

Estampas sobre Manuel Mejido escritas por Rafael Cardona. *

A lo largo de mi vida he conocido a los mejores periodistas de México y algunos del mundo. De los extranjeros sólo nombraré a Ryszard Kapuściński. De los mexicanos, a Manuel Mejido, con quien he trabajado por media Europa hasta perder el resuello.

Lo vi correr y fatigarse; luchar por una entrevista a pesar de no poder siquiera caminar. Enfurecerse y gritar en Roma rodeado de botellas vacías de vino: “Cuan­do Echeverría vea al papa yo voy a estar ahí, aunque sea en camilla”. No estuvo postrado, pero sí doblado por una dolorosa lesión de la columna. Pero llegó.

Estos textos significan un testimonio y un reto. En la época en que Internet ha sustituido a los viajes y el periodismo se convierte cada vez más en algo virtual y no vivencial, Mejido les viene a decir a quienes no lo sepan o a los olvidadizos, cómo se deben hacer las cosas, cómo se aprovechan los senderos del destino y la casua­lidad, cómo se toma el tren de las oportunidades y cómo, cuando es necesario, se cambian las vías para llegar a donde se quiere.

*Tomado del prólogo del libro Con la máquina al hombro de Manuel Mejido.

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