De memoria
Carlos Ferreyra Carrasco
Haré referencia a los elementos castrenses de antes y los de hoy, sin referirme de entrada a las Fuerzas Armadas del narco que se manifiestan abierta e impunemente en contingentes armados y entrenados o en guardias comunitarios, habilitados o soportados por el Gobierno.
Antes de la mitad del siglo pasado, había un temor justificado hacia los verdes cuyas intervenciones hasta en las más pacífica de las manifestaciones, terminaba con un cierto saldo rojo, muertos y heridos.
He narrado dos de los incidentes con universitarios michoacanos. Protestas simples, una por alza en el costo del pasaje urbano, y la otra por la tontería de un gobernador de apellidos Mendoza Pardo, por construir un teatro para que sus púberes hijas mostraran sus habilidades en el arte de Terpsícore.
Hubo un tercer episodio cuando el general paracaidista Hernandez Toledo, motejado entre la tropa como El Naranjero, decidió entrar a la Universidad. Lo hizo acompañado por su tropa mancillando el santuario laico del venerable y antiguo Colegio de San Nicolás, donde fueron maestros un tal cura Hidalgo y Costilla y otro tal cura Morelos y Pavón.
El Naranjero fue conocido así por su enorme parecido con un personaje que anunciaba un refresco con su costal del cítrico colgando, mientras pregonaba: ¡Hay naranjas, hay naranjas… en Mission Orange!
Al mencionado le correspondieron otros incidentes universitarios, uno el bazucaso a la puerta de la Prepa de San Ildefonso, con saldo nunca sabido de posibles víctimas fatales entre los jóvenes que atrás de las añosas maderas intentaban impedir el ingreso de la soldadezca.
Y claro, la invasión a la Ciudad Universitaria un 19 de septiembre, heroica batalla sin oposición cuyo saldo en víctimas tampoco supimos jamás.Hernandez Toledo, en cualquier caso, ya pertenece a unas Fuerzas Armadas obedientes hasta el genocidio. Sólo pueden ser exoneradas del 2 de octubre y del Jueves de Corpus.
En la esquina de la casa, en Morelia, fue instalado un centro de reclutamiento. Los encargados, con impecables uniformes limpios y bien planchados, mataban el aburrimiento platicando, viendo a la gente en la plazuela frontera y quemando petates que, en versión pública, decía que fumaban mariguana.
Respetuosos, no molestaban a nadie y no se les permitían bebidas alcohólicas. Eran buenos vecinos y muy educados. Salvo el jefe del grupo, el resto eran soldados de línea.
Al temor natural con quienes vivían de las armas, se sumaba un respeto casi fetichista, ya se sabe, eran el pueblo en armas, gente como cualquiera otra aunque en mayoría de origen campesino.
Las caravanas militares eran frecuentes, recorrían las carreteras con un vehículo que abría paso y otro que cerraba el convoy. Supongo que estaban dedicados a imponer la paz en una entidad naturalmente rijosa y de gatillo fácil.
No se permitía rebasar las comitivas castrenses. Los vehículos particulares o de servicio público se colocaban a la cola esperando una oportunidad de adelantarse, lo que sucedía al ingresar a zonas urbanas.
Pasó el tiempo, la historia reciente la hemos sufrido con su cauda de desacuerdos entre gobiernos que han usado a los verdes para sus fines, hasta hoy, cuando nuestras Fuerzas Armadas se han convertido en una farsa, albañiles de caprichos presidenciales, huidizos garantes de la seguridad nacional y marco para la foto del sexenio.
Antes esperábamos el desfile militar para admirar la gallardía de nuestros juanes. Hoy, nos quieren espantar con vehículos de apariencia feroz, pero sin utilidad real. En Culiacán bastaron un par de blindados caseros con metralletas calibre 50, para retirar al Ejército.
La Marina me da la impresión de que se cuece aparte. Después de todo fue entrenada, lo sigue siendo, por equipos militares gringos. El campo local está en las cercanías del Ajusco.
Me queda la duda: ¿recuperarán el respeto nuestros soldados, o seguirán pegando ladrillos en Bancos inexistentes, aeropuertos fallidos y refinerías de futuro impredecible..?
