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Sí, soy aspiracionista, profesional, ética y leal

Socorro Valdez Guerrero

Desde niña, siempre fui “aspiracionista”, lo soy y lo seguiré para vivir mejor.

Deseaba mucho y teníamos poco, sobre todo en Navidad y Reyes.

Anhelaba cena con pavo o pierna, había sólo pollo rostizado.

Nuestras condiciones ni de clase media ni pobreza.

Una mezcla rara de ambas con aspiraciones futuras.

Carecíamos de mucho, aunque lo poco, era de lo mejor.

Mi padre obrero, con miserable salario y mi madre, ama de casa.

Ambos primaria, y ganas de vivir mejor.

Los dos empujaron a seguir y aspirar a más.

No hacerlo, era ¡Mediocre! Decía mi padre.

Mejorar, tampoco era negativo o ser más que otros.

Nos enseñaron a conseguir con dignidad lo que queríamos.

Admiraba la casa de la madre de mi padre y de su hermana mayor.

Ambas de hogares con servicios y comodidades, distinto al mío y de mis abuelos maternos, que rentaban cuartos de vecindad.

La abuela y la tía, vivían bien, producto del esfuerzo.

Mi abuelo materno, tornero, y su esposa ama de casa, fieles creyente de la preparación académica.

Él estudió en la militar. Y sentía orgullo de “Coquis” periodista.

La humildad de nuestro hogar, cuartitos de ladrillo y techo de lámina, no frustró ni frenó ¡Aspiraciones!

Tampoco empujó al odio contra otras clases sociales.

Por el contrario, me empujó a superarme y a mi escasa edad, deseaba algo mejor.

A pesar de esas condiciones, en mi vida adulta, recuerdo con agrado las mañanas de sol con plantas y catarinas en mi frasco de gerber.

Aunque reconozco que no quería para siempre esa vida, porque los que estaban bien, entendí, eran los de aspiraciones.

Los obreros como mi padre  y las personas sin estudios, tenían carencias, y sólo con mayor esfuerzo, salían adelante.

No se necesitaba robar, despojar ni ser corrupto ni cometer ilegalidades.

Era ¡Trabajo y esfuerzo!

La abuela, nos ayudó a regañadientes de mi padre. Nos compró vivienda en Iztapalapa, en zona deprimida, sin pavimento ni servicios.

Los zapatos y el interior de esa morada, siempre enlodados en época de lluvias.

Parecía un bello pueblito con carencias, árboles y milpas por doquier.

Un hogar también de lámina, ladrillo y agujeros que filtraban el agua al llover.

Ollas y cubetas por doquier para recoger ese goteo.

Tres cuartos, que lo mismo eran recámara de todos, comedor y simulación de cocina.

Maltrecha mesa, sillas y raro, tenía piso de duela…

Un pequeño jardín con un gran árbol, que odie cuando lo quitaron.

No teníamos agua, la acarreábamos con un cargador, después con un carrito que hizo mi padre para facilitar.

No recuerdo si había luz y por baño, ¡letrina!, que cuándo salían gusanos, era señal de llena.

Mi padre la tapaba y construía otra. Nos bañábamos a “jicaraso”.

Anhelábamos agua caliente y regadera, por eso, simulamos una con un bote que perforamos.

En diciembre el plástico y la madera del improvisado baño, no evitaba el atroz frío.

Aún vivo en esa casa, ahora con muchos cambios y muchas mejoras, producto del ¡Esfuerzo de todos!

De ser ¡Aspiracionista!

¡Nunca, nunca! Por ayuda o manutención gubernamental.

Beneficios y mejoras por aspiraciones.

El empeño de mis padres y las ganas de salir adelante, permitieron los cambios.

En ocasiones no había ni para cenar y mi madre, pidió prestado pan y leche al tendero.

Le ¡Negó! El favor.

Le dolió tanto a ella, que juró nunca volver a pedir y así nos enseñaron.

Aún recuerdo que eso impulsó más a no regatear ni limosnear ni pedirle a nadie.

Mi papá, era enemigo de comprar a réditos o a los aboneros.

“Sí tienes compras, si no, te aguantas, porque te endeudas”, decía a mi madre.

Mandarnos a la escuela, era un lujo y mucho esfuerzo. Éramos cuatro hijos.

Para cada uno, un par de zapatos y tenis Panam. El salario de obrero no alcanza para más y yo quería Converse.

Supe qué eran los agujeros en el calzado, siempre Dingo, a veces de charol y moñito.

Como eran los únicos, a veces improvisé plantilla para evitar el “sabor” del chicle que pisaba.

O que mojara las únicas calcetas o mis hermanos, los calcetines de la escuela.

Teníamos que caminar entre lodo y un sendero de milpas para ir a la escuela.

Después en otra escuela pública cerca, en realidad sólo aulas de lámina.

Nos daban vente centavos para gastar, que no cubrían mis ganas enormes de comprar un submarino de fresa.

Esa era nuestra vida, las carencias, el ¡Esfuerzo! Y las ganas de ¡Progresar!

El arrojo de mis padres, nos hizo salir adelante.

Pasó de obrero a taxista y el carro facilitaba.

Mi madre, se empeñó y puso una tienda. A la que le entregó su vida.

De ahí nos sacaron adelante ambos y las condiciones mejoraron.

Me compraron en la secundaria el portafolio que quería, por mis ganas de seguir.

Era el Samsonite de moda. Sentía orgullo ir con buena mochila.

Después mi primera máquina de ¡Escribir! Remington que aún conservo.

Seguí mis estudios. Aspiraba ir adelante.

Enérgico como era mi padre decía que sólo los estudios ayudarían.

En casa, sostenía, ni vagos ni mantenidos ni huevones ni drogadictos ni inútiles.

Mis hermanos, como otros, llegaron a trabajar de adolescentes en el panteón cercano en ciertas temporadas.

Después mi padre, al no querer ellos estudiar, los metió con un amigo veterinario y les exigía apoyar con dinero a mi mamá.

Yo por tener preparatoria, entré a un Banco de Sangre, era mejor mi salario.

Nos hizo esforzarnos a no recibir ¡Nada gratis! Ni  estirar la mano para ¡Obtener!

Trabajé de día, estudiaba de noche. Sólo así mejoré mis propias condiciones.

Llegué a clase media y profesional, aunque con salario miserable también.

Mis hermanos, uno perito en autotransporte -no ejerció lo asesinaron antes- y el otro a R-100, siguió también sus aspiraciones y llegó a la Fiscalía federal, hasta que lo mató el COVID.

La escuela a mi me quitó la inseguridad. Me forjó.

El CCH y la Facultad de Ciencias Políticas en la UNAM, me dieron bases para ser crítica y razonar.

La escuela, mis padres, las experiencias, incluso “los golpes” funestos de la vida y las constantes caídas, fueron fundamentales.

¡El esfuerzo! El único método para no arrodillarme ¡Ni por necesidad!

Me he quedado muchas veces sin empleo y nunca recurrí al asistencialismo gubernamental.

He padecido precariedad.

Y sé, que ¡no! No deseo la medianía ni la ignorancia ni la mediocridad.

Amigos y amigas, me ayudaron a no derrotarme, y seguirle.

He trabajado, sin ¡Salario! Con el mismo esfuerzo y entrega, que lo hago con remuneración y prestaciones.

Muchos me abrieron las puertas para ir adelante.

Ser mujer periodista, madre y esposa, no fue fácil, era más ¡Esfuerzo! Por la época.

El gobierno, jamás ha sido mi benefactor, y sí, soy aspiracionista, profesional, ética y leal.

Ahora iré por una vejez digna. Por inculcar, incluye a mi familia, que todo es producto del esfuerzo personal y no vivir de la manutención de otros.

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