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COLUMNAS

Llegué sana, no me contagie antes y logre recibir vacuna

Socorro Valdez Guerrero

Sentada en la cuarta fila, sorprendida y desconcertada, veo 

militares, mujeres y hombres de chaleco verde. 

El ejército, y de Participación Ciudadana del gobierno local, vigilan y ponen orden en la zona.

¡Impacta!, aunque todos amables. 

No debía sorprender si fuera cotidiano ese trato cordial en atención a la salud.

Esta vez, ¡sorprende! 

Hay cordialidad y aún así, un ligero temblor me invade y llega la tristeza. 

Me recuerda a las películas de guerra. 

Ahí, no hay heridos, y sí esperanza de vida.

Me invade una rara melancolía y sensación de llorar. 

No soy de miedos ni de llantos. Esta vez ¡Sí! Aunque no lloré.

Una hoja en mi mano izquierda muestra la realidad que nunca creí pasara; expediente de vacunación contra un virus que mata, que enluta, aún a miles de familias mexicanas.

Duele el panorama. 

Lacera que esa universidad se convirtió centro para inmunizar y proteger de la ¡Muerte!

Era la UAM Iztapalapa.

La misma a la que fui hace 36 años para apoyar a mi cuñado en un trabajo escolar.

Ahora, un recinto que recibió a cincuentones, que no quieren contagiarse de un virus que cobra muchas muertes. 

Afuera mi sobrina esperaba.  Después sabría, lloraba también, por ver esa realidad.

Su padre, no tuvo mi suerte ni la oportunidad de protegerse. 

Yo también pensé en él. 

Antes de salir, le pedí su ayuda para sortear mi miedo.

Lamenté por ellos, por otros que también sucumbieron al virus, 

Había pasado más temores y un trayecto largo para entrar a la UAM.

De nuevo sentada en la cuarta fila. 

Después en el cuarto lugar para inmunizarme, justo en la mesa 37. 

El siete, mi número preferido y de mi suerte.

Me las ingenio para tomar foto y mis manos no dejan de temblar.

¿Por qué?, no lo supe, si siempre preferí inyecciones a pastillas. 

Hoy no había de otra. ¡Inyección o inyección!

Quedamos sólo tres en la fila. 

Miro a los ojos al que  vacunaban.

Ah, ¡miedoso! Bromeó y me entiende a pesar del cubre bocas. 

Asienta, y ella, al lado izquierdo de mi, sigue la broma.

¡Ellos son todos así!, dice con sonrisa de complicidad.

Cómo no saberlo. Mi hermano fue víctima de sus propios miedos.

Los tres reímos y les confié, ¡también tengo miedo!..

Es lo incierto, es que no tenemos seguridad que sirva, que nos proteja de la muerte.

Coincidimos de nuevo.

Me toca a mi. 

Me tenso y exclamo, ¡virgen santísima! ¡Pinche agujón! 

Quien nos indicaba el orden, me escucha y pregunta, “¿qué?”

-¡Pinche agujón!..Le respondo…Ah, con una sonrisa asienta y la enfermera también.

Ella me ve el tatuaje dónde iría el piquete y asegura, ese te dolió más. 

Voltea y ve a su compañero en busca de aprobación. 

El también está tatuado.

Tardan más conmigo por la platica. 

Hablamos de los tatuajes, de las agujas y reímos los tres.

Me muestra la aguja, el líquido de la vacuna y bromeamos.

¿Es de a devis? ¡Sí! 

A ella, no le molesta el comentario y asegura, “no me presto a engaños…”

¡Flojita! Me pide no tense el hombro.

Me vacuna, recibo el piquete y me mandan a otra fila para observar que no sucumba.

Ahí, advierten: “nada de alcohol, cigarro ni drogas”.

Uf, ni ¡Pulque! Que es el néctar de los Dioses, comento ante todos para relajar el ambiente.

Ríen, y en complicidad algunos coinciden. 

Ni modo, iba invitar a todos, enfrente hay unos buenos.

¡Está clausurado! Me grita otra mujer que esperaba. Reímos todos. 

Me sumo en escribir mi experiencia para hacer menos larga la espera.

Nos autorizan salir. Abandono el lugar y ni reacción ni nada.

La rusa, -yo quería un ruso- no me causó ninguna reacción.

Esa vacuna, me hizo lo que el viento a Juárez, es decir, ¡nada! 

Temor infundado.

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