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COLUMNAS

Crimen de lesa humanidad

De memoria

Carlos Ferreyra Carrasco

El genocidio (Del griego γένος génos “estirpe” y el latín -cidio, apofonía de caedere “matar”) es un acto perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso.

Lo anotado arriba es la interpretación que diccionarios y enciclopedias usan para definir los actos de exterminio contra una raza, una cultura, una nación o nacionalidad y en general contra un grupo social.

No hace mucho escenificamos un sainete buscando encarcelar a Luis Echeverría. Polvos de esos lodos que nos cubren y por los que queremos venganza, nunca justicia.

El mexicano medio y particularmente el hombre masa, ése que vive al amparo de la chusma, dicho sin afanes discriminatorios u ofensivos, se suma en acto de reivindicación social lo mismo a un linchamiento físico que a las maravillosas redes que permiten el anonimato.

En el primer caso, nuestro mandatario con simpleza, lo atribuye a usos y costumbres. “Con El pueblo no hay que meterse” mientras conoce del asesinato a golpes, con cuchillos o quemados en vida, de presuntos delincuentes.

Así explicó la muerte de agentes que intentaban localizar las tienditas que vendían drogas a jovencitos y a niños. Los narcomenudistas acudieron al orgullo local, convocaron al pueblo que presenció los asesinatos, los festejó, lanzó gasolina y prendió fuego a los policías.

No fue el único caso, en la administración capitalina del hoy presidente, hubo por lo menos tres hechos iguales que a pesar de pruebas gráficas, televisión y fotos fijas, nunca abrieron investigaciones ni hubo castigo a los asesinos. No se toca al pueblo bueno…

En el frustrado juicio de Luis Echeverría, pudimos apreciar la indudable sandez con que argumenta nuestra intelectualidad “de izquierda”, resabiada, vengativa de a agravios imaginarios. Al subir al poder no hubo empacho en advertir que “ahora va la nuestra”.

Hoy podemos hablar de saqueo al erario, entonces se trataba de la venganza política y la reivindicación social. Para incluir a los marginados se regularizaron las protestas y manifestaciones abusivas.

Si defendemos a las mujeres, desatamos la furia de ciertas señoras enmascaradas que agreden, destruyen y reclaman la desaparición del sexo masculino. Si es otro tipo de reclamación, damos carta de posesión territorial y como lo hizo Encinas, patrocinamos las carpas de Reforma. Desocupadas pero estorbosas.

En todo lo acontecido se trata de delitos menores, de abusos de toda índole y hasta de extorsión a trabajadores, transeúntes y comerciantes. Una muestra: la semana pasada tras secuestrar las casetas de cobro de la salida a Cuernavaca, uno de los pillos fue detenido por la policía a unas calles.

El hombre, un campesino que reclamaba derechos sobre la generadora de luz en disputa en Morelos. El inocente llevaba en sus manitas lo que le correspondía del cobro de cuotas: 600 mil pesos. Si, inimaginable, pero esa fue la cifra, en el entendido qué tal secuestro es regular y extendido a las vías a Acapulco, Puebla, Querétaro y Guanajuato.

El cuadro general permite suponer que mientras no ofendan al Gran Tlatoani, pueden hacer lo que quieran, desde saquear en una tienda las pantallas planas, hasta limpiar un camión cervecero volcado, con el chofer y quizá algún ayudante agonizando.

Exprimir los ductos gasolineros y si hay víctimas por su imprudencia, exigir al gobierno una indemnización, becas para los menores y una estela con los nombres de los ladrones.

Nadie podría suponer que el presidente López Obrador se colocase en contra del pueblo bueno. No en forma franca,  abierta. Pero sucedió en las peores circunstancias posibles

Dicen que a confesión de parte, relevo de pruebas. El mandatario nativo de Tabasco, fue a sobrevolar la entidad, luego de decidir la apertura de compuertas de dos presas. No quiso mojarse los zapatos porque eso hacían los anteriores “para la foto”.

Con absoluta inconsciencia y siempre en el afán protagónico, se adjudicó la destrucción de dos zonas indígenas para salvar la capital, que sigue como el Reino Submarino del Sureste.

Hubo quien aventuró que los chontales y sus vecinos de desgracia, pueden llegar a 200 mil personas de las que lo único que sabemos es que no hubo auxilio para ellos. Si hubo víctimas fatales nunca informarán el número.

Visto con frialdad, se maneja la versión de que López Obrador ordenó las anegaciones precisamente en los lugares donde hay oposición a su juguetito, el Tren Maya.

Si esto fue así, aquí sí podríamos configurar el delito de lesa humanidad, genocidio, al intentar la desaparición de un grupo social, una etnia. Sigamos acumulando méritos para el siguiente sexenio. Para entonces no habrá tantos defensores…

En la gráfica saluda a simpatizantes ausentes mientras abandona las zonas inundadas. “Dejad que los chontales se acerquen a mi”…

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