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CRÓNICAS

Julia y Concetta Parte I

Cuento de Terror

María Fernanda Trinidad Hernández

Recuerdo el día en que recibí el peor regalo de mi vida. Obviamente en ese momento no sabía que sería algo que jamás querría volver a ver. 

Llegaron mis tías de visita. Habían regresado de un viaje a Italia en donde habían conocido los lugares más hermosos, probado la comida más deliciosa, contemplado los monumentos más impresionantes y visto a los hombres más guapos del mundo -así lo narraron-. 

Sentadas en el sillón tomando una taza de café, sacaron de una valija regalos que habían traído para mi madre, mi padre, mi hermano y para mi. Mi madre estaba encantada con la nueva vajilla italiana que habían conseguido especialmente para ella. Ya tenía vajilla que estrenar en Navidad. Mi padre al fin podría fumar pipa con tabaco italiano. Una delicia -decía-. Mi hermano recibió dos camisas que lo emocionaron porque ya tendría que estrenar para las fiestas de quince años que tenía próximas. Y para mí. Los regalos más extraños pero hermosos. Una caja de antigua madera tallada con un collar dentro aún más antiguo. Y un espejo de mano supuestamente bañado en oro. Y sí. Efectivamente me emocioné porque siempre me han encantado las antigüedades.  

Nos despedimos de mis tías y les volvimos a agradecer por todos los regalos y la hermosa visita. Habíamos pasado una tarde muy agradable. Eran la 7 pm así que subí a mi habitación para bañarme y ponerme la pijama, recostarme en la cama y leer un poco antes de bajar a cenar. 

Deje la caja con el collar encima de mi cajonera a un lado de otro joyero. El espejo lo deje encima de mi tocador. Me serviría para verme el peinado por detrás o simplemente para maquillarme y verme más de cerca. Honestamente estaba feliz. Salí de bañarme y ya con la pijama puesta, me dirigí a tomar mi libro que estaba sobre el buró. Cuando me di cuenta que el espejo estaba sobre mi cama. En ese momento no pensé en nada más que en mi madre entrando a la habitación y viendo el espejo. Lo único que se me hizo raro era que no lo dejara en el sitio en donde estaba. No le di más importancia y lo regresé al tocador. 

Suelo tener el sueño pesado y es muy raro que me despierte a mitad de la noche. Puede pasar un tren en casa y yo no me daría ni cuenta. Pero esa noche no. Esa noche empezó lo que sería una pesadilla. Un grito estremecedor directo en el oído me hizo sentarme en un brinco y levantarme de la cama. Mire hacia todos lados en mi habitación y como no vi nada pensé que algo le había pasado a mis padres. Salí corriendo hacia su habitación. Todos profundamente dormidos. Pensé que podía ser una broma de mi hermano. Pero también lo encontré roncando. Regresé a mi cuarto un poco aturdida y sacada de onda. El corazón parecía que se me saldría del pecho y no podía alentar mi respiración. Me senté en mi cama y prendí la lámpara mientras me tranquilizaba. Me dije a mi misma que seguramente estaba soñando y que eso fue lo que me hizo pensar que me habían gritado con todas las fuerzas en el oído. Sí. Eso debió de haber sido. Me recosté y me volví a dormir. 

A la mañana siguiente me desperté con un dolor de cuello como nunca. No había podido dormir muy bien y estaba desvelada y un poco irritable. Salí de mi habitación. Todos seguían dormidos. Era sábado. Yo era la única loca levantada a las 7 am de la mañana. Me preparé un café y me senté en la ventana que da hacia el jardín. Cuando vi el jardín note algo raro. Frida, nuestra perrita, una labrador chocolate con ojos verdes. Aún no había entrado en la casa y se encontraba sentada muy quieta mirando hacia las habitaciones de arriba. Cuando me vio pensé que correría y entraría. Pero no fue así. Me miraba fijamente. Dejé mi café en la mesa y salí al jardín. La llame pero ella no se movía… solo ladraba y lloraba hacia mi. Cuando llegué a ella la trate de tranquilizar y le dije que viniera. Se volvió a sentar. La empecé a jalar del collar pero lloraba y ladraba. No entendía porque no quería entrar conmigo a la casa. No insistí más. La dejé y yo me metí. Ella se quedó recostada en el jardín. 

Había pasado una semana de mi horrible sueño. O de lo que creía que había sido un sueño. Frida seguía sin entrar en la casa. Mis padres decían que era normal. Qué seguro por el clima prefería estar afuera. Pero para mi eso era lo más extraño. Sin embargo no le di más importancia y la dejé ser. Quizá si le había gustado más estar afuera que adentro. 

Nos encontrábamos en la cocina listos para comer cuando se escuchó claramente como si alguien corriera en la parte de arriba. Los cuatro nos miramos. Mi padre en automático dijo, seguro ya se metió Frida. Mi hermano corrió hacia la ventana. No, Frida está afuera. Mi padre iba subiendo las escaleras con un cuchillo en mano. Mi madre detrás con una mirada que solo nos transmitía pánico. Yo junto a ella y mi hermano esperando a que le dijera que subiera con él. Lo esperamos unos minutos. Bajó y dijo. No hay nadie. Seguramente fue la madera del piso que trono. Sí, seguramente. 

Eran las 2:03 de la mañana cuando abrí los ojos. Pensé haber escuchado ruido. Pero no estaba segura. Pasos. Me senté en la cama para estar más atenta. Otra vez pasos… Me levanté y me puse un suéter. Salí de mi cuarto. Al mismo tiempo salió mi mamá. Pasos. Prendió la luz. Pasos. No entendíamos qué estaba pasando. Mi papá también se levantó. Mi hermano no se percató de nada. Más pasos. ¿Qué estaba pasando? Mi mamá camino hacia las escaleras. No miento. Fue muy claro. Parecía como si alguien estuviera subiendo las escaleras, solamente que no había nadie. Pasos corriendo rápidamente. Dios mío – dijo mi madre mientras corría hacia donde estaba mi papá. ¿Qué está pasando? – dije-. Pasos. Corrieron hacia mí y me empujaron. Grité con todas mis fuerzas. Había sentido unas manos helados tomarme por los hombre y empujarme hacia el suelo. Mis padres corrieron hacia mí. ¿Estás bien? No sabía qué contestar. Estaba aterrada y no podía creer lo que acababa de suceder. No podía dejar de llorar.

Habían pasado 15 días desde ese día que parecía un sueño más que la realidad. Lo comentamos al día siguiente. Pero de ahí no volvimos a hablar del tema. No volvió a suceder nada. Hasta ese día. Mi hermano bajó corriendo las escaleras. Entró a la cocina. Estaba pálido y su respiración era agitada. – Pensé que estabas en tu habitación Julia. Estaba cepillándose el cabello. La vi. Pensé que eras tú. Pero el olor era asqueroso. Iba a entrar a tu habitación. Corrió hacia mi. Y cerró la puerta. La vi. Juro que la vi- dijo. Mi madre le preguntó que había visto. Y mi hermano dijo que a una mujer. La describió como una mujer que parecía joven pero que al verla a la cara. Aunque fue rápido. Era como una vieja con ojeras. Pálida y con poco cabello. Su ropa era antigua. Pensamos que estaba bromeando. Pero su miedo era real. Jamás lo había visto así. Mi papá no estaba. Había ido a su despacho así que a mi mamá le tocó subir y a mí detrás de ella. Mi hermano se quedó abajo tratando de calmar su respiración. Subimos. La puerta de mi cuarto estaba cerrada. Mi mamá me miró. Camine detrás de ella. Me sudaban las manos. Lentamente llegamos a la puerta. Mi mamá la abrió de un tirón. No había nada. Pero salió un olor fétido. Olía a muerto. 

Los tres no dejábamos de darle vueltas a lo que había pasado. Les conté lo del grito. Ahora podía asegurar que no había sido un sueño. Estábamos hablando cuando Frida comenzó a ladrar como loca. Miraba hacia arriba. Hacia las ventanas. Mi mamá me miró y corrió enseguida pensando que encontraría a alguien. Mi hermano y yo la seguimos. Nada. Todo estaba vacío. Llegó mi papá. Bajamos corriendo a contarle las cosas. Él no entendía nada. Al final justificó todo con decirle a mi hermano que se lo había imaginado y que nosotras nos habíamos sugestionado. 

Cuatro días después de ese suceso me encontraba en mi habitación lista para arreglarme. Iríamos a comer a casa de mis tías. Habían invitado a una amiga que conocieron en Italia y que ahora estaba de visita. Ellas eran hermanas y solteras. Habían decidido que su vida sería trabajar y viajar. Vivían juntas. Eran las hermanas mayores de mi madre. Decidí recogerme el cabello en un chongo flojo. No alcanzaba a ver como habían quedado las horquillas en el cabello y no quería que se vieran. Tomé el espejo que me habían traído de Italia. Me di la vuelta y lo coloque frente a mi para poder ver en el espejo de mi tocador mi peinado. En ese momento al vi. La mujer que mi hermano había descrito el otro día. Me aterré. Bajé el espejo y lo puse automáticamente sobre el tocador. Me levanté. El corazón acelerado. La respiración rápida. Comencé a sentir frío. Ahí estaba el olor otra vez. Trate de calmarme. Mi madre me gritó. Ya estaban listos. Era momento de irnos. 

Llegamos a casa de mis tías. Besos abrazos. Nos presentaron a su amiga. Por sorpresa hablaba muy bien español. Nos sentamos en la sala y comenzó la charla. Después de un rato me encontraba en la cocina con una de mis tías. Le ayudé a calentar el agua para el café. Me miró y me dijo – ¿que me quieres preguntar o decir?. Me reí. Me conocía muy bien. Tranquilamente le pregunté dónde había adquirido los regalos que me había dado. Hice mucho énfasis en el espejo. Me dijo que el collar lo había encontrado en un bazar y que el espejo lo había encontrado en una tienda de antigüedades. Me miró fijamente y me preguntó porque. Y le dije nada más. Solo quería saber. ¿Recuerdas el nombre de la tienda? Le pregunté… Mmmmmm sí…. Concetta Antiquariato. No podía olvidarme  del nombre así que le pedí que lo escribiera. Me pregunto para qué y solo le dije que era para no olvidar de donde era el espejo. 

Estábamos en el comedor sentados a punto de comer cuando le pregunté a la amiga de mi tía si ella conocía la tienda Concetta Antiquariato. Me dijo que sí. Que por supuesto. Era una de las tiendas de antigüedades más populares y la que seguía funcionando después de muchos años. Insistí en si había alguna historia más que saber de la tienda. Pero solo me dijo que sabía que el nombre de la tienda había sido dado después de la muerte de la hija mayor del Señor Basilio. Que antes simplemente se conocía como Negozio d’antiquariato: Tienda de antigüedades. Le pregunté si sabía que había pasado con su hija pero me dijo que nadie sabía. Que había sido algo muy repentino. Era muy joven. Así que todos en el pueblo creían que había sido un suicidio. La mesa se quedó en silencio. Y ella solo me miró un poco incómoda. Mi madre salió al rescate. -Y cuál es la comida típica del pueblo de donde eres?- Dijo.

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