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Dos Méxicos; el de AMLO y el verdadero

Laberintos del Poder

Emilio Trinidad Zaldívar

Aprendió a ser opositor. Lo sigue siendo. La crítica que a todos hacía como aspirante a gobernador de Tabasco -dos veces- y a Presidente -tres para por fin lograrlo-, es parte aún de su vocabulario cotidiano cuando parece no darse cuenta de que ya es dueño del poder por el que tanto luchó y señaló.

Ese poder del que -decía- otros se aprovechaban para robar y hacer todo mal. Ese que asumió para transformar, para mejorar, para renovar la convivencia cotidiana. Poder que dijo sería para ver amaneceres mejores. Una tierra nueva, próspera. Un Nuevo México.

Hoy que las instituciones que mandó al diablo están a su servicio, no sabe que hacer con ellas. No entiende para qué son. No comprende las formas de dirigir, de gobernar, de serenar al país. Él sigue descalificando. Atropella el sentido común. Pasa por encima de la razón. Quiere pelear. Le gusta pelear.

Sus formas de ayer son las mismas de hoy. El ataque. El golpe. La descalificación. La provocación. La polarización. Él sin cola que le pisen y para él, a todos nos sobra. Su México va paralelo al México verdadero.

Sigue en su andar por todo el país pero no para saber cuántos enfermos hay, cuantos muertos se llevó la pandemia, cuantos la delincuencia; no pasa cerca de hospitales ni pregunta por la la capacidad de atención de los mismos, por su equipamiento, por los medicamentos escasos, por el estado físico y anímico de médicos, enfermeras, personal en general, que a cinco meses de estar con la muerte presente, ahí siguen al pie del cañón, dando la batalla.

Recorre el país porque está en campaña. Es lo que le gusta. Es lo que sabe. Es lo que domina. Va y viene para apuntalar su nombre y para ver cómo van sus probables candidatos. Para arrancar obras. Para soltar dislates. No para serenar al México que él provoca.

No articula frases sólidas que se sustenten en el análisis y reflexión, en el conocimiento, en la preparación académica. Ignorante de la historia las suelta como ocurrencias porque así le llegan a la cabeza que no le da para más. Es dueño del escenario y de la verdad. Él no se equivoca. Va bien. Muy bien, dice.

Su comportamiento es como si México estuviera en bonanza. Ríe. Hace chistes, bromea; se traba para expresarse, se enreda con las palabras, confunde a personajes de la historia y cambia frases o le obsequia a unos héroes acciones de otros.

No dimensiona aún la enorme tragedia de tener a más de 56 mil mexicanos fallecidos por un virus que para él ya estaba domado. No le preocupa. No le aflige. Ofrece 30 días de luto nacional porque algunas voces que le hablan al oído le hacen entender tarde que debe mostrar dolor y respeto por los muertos.

Esos muertos que en gran medida pudieron no serlo de haber tomado decisiones más severas, más drásticas para permanecer en casa. Medidas que habrían obligado al gobierno a soltar recursos para apoyar a la industria, a las empresas, al comercio, pero prefirió decir que había que salir, abrazarse, comer en fonditas, ir al mercado. Sí, él no se equivoca. Los muertos serán de otro.

En su juego de vencer a los vencidos, de exhibirlos, de exponerlos para que no volvamos a votar por ellos, tiene prisa por recuperarse, por volver a ser opción del cambio que no llega.

Los pobres hoy son más pobres, los de la miseria extrema aumentaron, el desempleo es mayor; la economía pulverizada; la seguridad ciudadana no existe, o nos mata el virus o nos asesina la delincuencia.

Mientras tanto algunos de sus colaboradores pelean, otros hacen más negocios, mejoran sus finanzas, aprovechan los cargos para pedir comisiones por obras o negocios. No los reprende, al contrario, los abraza, los protege, los impulsa. Bartlett ahí sigue, Irma Eréndira Sandoval devora propiedades y crecen sus negocios, lo mismo Zoe Robledo que impulsa a su hermano para obtener contratos con empresas familiares en gobiernos estatales como Puebla.

El pasado que Andrés Manuel López Obrador repudiaba, que descalificaba, que castigaría, sigue siendo presente. Solo cambiamos de ladrones.

Nuestro país sigue en el pozo, ahogándose, sin mejora, sin verdadero líder que respete y se haga respetar.

Aún nos faltan más enredos. Y apenas va a cumplir dos años.

Pobre México. Qué hicimos para merecer tanto inepto. Tanto mal. Tanto daño. Tantos delincuentes convertidos en funcionarios.

Quizás por eso Emilio Lozoya Austin, delincuente confeso, anda tan campante disfrutando de la impunidad que le dá convertirse en soplón.

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