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Socorro Valdez Guerrero

Mezcla de olores, de esencia, de momentos entre músculos y pieles pasadas por años. Sentimientos y presencia que hacen ver diferente ese lugar, que le quita su aspecto para saborear lo natural.

Un pulque, mujeres desnudas y sudor, producto de una jornada laboral intensa. Que no la mía. La de ellos, que muestran sencillez, cordialidad; que sonríen al extraño y no acosan por ser mujer.

Esos músculos que inspiran respeto, con una loción de hombre que por momentos perfumó un ambiente con olor a trabajo, pero que no logró sobreponerse a la esencia de quienes estaban ahí.

Momento en el que ese néctar blanco dio colorido para recomendar: ¡Aquí!, vienes a olvidar lo de allá; el trabajo, a esos hijos de su pu… Madre.

De verdad manita -decía aquel que se consideraba de izquierda- la vida es de locos, y debemos estar locos para aguantar a estos pu…Gobernantes. Debes sonreír, soltarte, ser tu y…”Lery vi”, como la canción; ser feliz, porque afuera puras chin…y puras mama…Sostenía con sonrisa que evidenciaba su falta de dientes.

Una improvisada pulquería en una casona en ruinas ocultaba el momento en su interior. En esas viejas vigas y en su deteriorada belleza arquitectónica, retumbaba Led Zeppelin, Beatles, Caifanes y Doors.

En su mayoría gorras de beisbolista, cuyas cabezas pertenecían a albañiles. O a la mayoría de ese oficio. La regla para sacar niveles los evidenció, así como sus botines sucios, pero sobre todo manos agrietadas con residuos de cal y uñas con mezcla.

Un cuarto maltrecho, cuyos botes eran asientos y aquel llamado “Conan”, tan raro como ese lugar, pero aceptado también como aquel espacio. Parche en lo que tal vez fue un ojo, cicatrices de acné, botines azúl rey, pantalón negro entubado, camiseta gris, aretes y colita.

Parecía salido de aquella época de la música que tocaba la rocola. Carlos Santa Anna también estaba ahí, al menos en canciones. Parecía increíble que disfrutarán esa música entre evidencia de vida de prisión y droga.

Eran 21 caballeros que de vez en vez soltaban las de pulquero ante ella, incluso ante aquellas que en silencio y desnudas desentonaban en aquel cuartito.

Sus pechos y bikini no les llamaban la atención, aunque inundaban la pared con su blanca piel.

Ella tampoco jalaba miradas, aún cuando sobreponía su feminidad muy diferente a la mía. Uñas largas y piedras que daban el reflejo con la luz. Manos bien cuidadas. Yo, mezclilla, tenis y sudadera.

Ella servía pulque en coloridos vasos de plástico y jarras. Yo, observaba. Y entre trago y trago surgía el mala copa; el “galán”, el gandaya, el que venía de Estados Unidos, el que sólo observaba los desmanes; al que le molestó los músculos de aquel; al que con lentes obscuros y chamarra de piel, se daba sus viajes y chavos que veían en ese momento un rato de convivencia con aquellos, la mayoría vividos, incluso de seis décadas.

El ambiente diverso, tan diverso que mezclaban pulque con anís, son huasteco con tango. Otros chelas con “María”, esa que buscan legalizar, mientras que la recién llegada se iba a llorar en silencio; su acompañante, ambos jóvenes, ni se inmutó al ver inundados los ojos de ella. Se empinó ávido el néctar.

Mientras surgiría el aprovechado, ese que ofrecía malas copias de Zapata, del tren de la revolución, de sus émulos pulqueros.

Se le pedía a Villa, y volvía a ofrecer al caudillo del Sur; no ¡Villa! y entregaba a Zapata, confiaba que con el efecto del néctar pudiera hacerlo pasar por el Centauro del Norte.

No logró su engaño y como todos, terminó con pulque en su estómago.

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