De memoria
Carlos Ferreyra Carrasco
Ayer, en un acto fallido protagonizado por mi voluntad justiciera que a toda costa pretende castigar, por lo menos en exhibición pública, a los pillos cuyo número creció exponencialmente en este sexenio, hice una serie de comentarios sobre una señora de cuestionable capacidad administrativa. Y política, nula.
Se trata de Rocío Nahle, responsable del área oficial dedicada a las energías. Entre las cuales, están las renovables, viento y sol.
Recogí de las redes una versión por la que ella habría expresado su indignación contra empresarios extranjeros que se roban nuestro sol y nuestro aire con sus artefactos para generar electricidad.
No lo dijo, su reconocida oposición a ambos sistemas me hizo creer que habría sido capaz de ese despropósito. Mi amigo Luis Carriles, director de La Prensa, me comentó que se trataba de una broma. Lo acepto, me barrí, cometí una delicada falta al más elemental código periodístico.
Déjenme explicarlo. Aparte de su mencionada disciplina para oponerse a los medios naturales, y aceptar que un senador presidente de la Comisión de Energía imponga tal prohibición y convenga la venta al gobierno de 30 mil toneladas de carbón para la CFE, me cosquilleó en la mente otra de las inefables tonterías cometidas en honor de la Transformación Cuaternaria.
En multicitada reunión de los países petroleros, la señora Nahle asistió representando a México. Solitaria, alejada del resto de delegados la señora escuchó seguramente sin entender nada. Se opuso a todo lo que se proponía, particularmente un recorte al mercado internacional del producto.
México debía reducir sus ventas algo así como 500 mil barriles. Nahle se sostuvo en sólo cien mil. Acabó la conferencia, en actitud sospechosa Estados Unidos decidió apoyar y reducir los 400 mil faltantes.
En México se festinó el triunfo, uno más a la cuenta del rosario de la fantasía, se recibió a la funcionara con aplausos, bombos, platillos, fanfarrias, chirimías y atabales. Y en Europa quedaron disgustados, principalmente, los árabes.
Esto no justifica mi metida de pata, sólo explica como las reiteradas mentiras, sueños y fantasías de nuestros gobiernícolas, inducen a la publicación de deleznables textos como el mío.
No pretendo usar el refranero popular para decir que al mejor cazador se va una liebre. No lo creo, el buen cazador y algún tiempo estuve cerca de esa práctica, sabe cuándo disparar y en qué punto al caer el animal.
Así, a un magnífico cazador o estudioso de los temas energéticos, Luis Carriles, no se le podía ir viva la liebre…