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COLUMNAS

De fraques y esmóquines

De memoria

Carlos Ferreyra Carrasco

Fui privilegiado con una invitación doble a igual número de cenas reales con los monarcas suecos, la primera en uno de los recintos reservados para este tipo de actos; selección rigurosa de participantes y vestimenta formal que en estos actos sociales va más allá del trajecito oscuro y la corbatita roja. Ni siquiera el esmoquin es admitido.

Las damas con vestido largo y no sé qué más requisitos.

Para estar a la altura, no quise alquilar el equipo. En la Casa Rionda, en la Zona Rosa, me recibió un señor al que casi le brotaban las lágrimas de emoción.

Hoy no es extraño el uso de frac pero hago referencia a una época en la que en México se consideraba su uso como payasadas de lagartijos porfirianos, o atuendo propio de faranduleros, magos y espectáculos similares.

Me acompañaron en esta odisea Abelardo Martín y Sara Lovera, que se rieron a mis costillas hasta que se les agotó el ingenio. Pero los necesitaba para no sentirme ridículo. O más ridículo.

Tomaron las medidas y tras las pruebas iniciales, la petición del señor vendedor de que acudiese durante una semana para instruirme en el uso del traje. Y cómo vestirlo.

Porque no se trata de pantalones vaqueros y playera. Por ejemplo la camisa se abrocha por la espalda, acción que requiere el auxilio de un valet o ayuda de cámara, labor que realizó un veterano periodista de radio, Francisco Huerta, pionero del que llamó “periodismo civil”.

No era sólo la complicada camisa con botoncitos de nácar sino la colocación de la faja, los tirantes porque ese traje no usa cinturón y lo más importante, el chaleco que en verdad es una especie de colguijo como bufanda, que baja por ambos lados del cuello.

Yo pienso que es el principal implemento del equipo por lo que debe cuidarse su colocación y muy especialmente su extensión.

Mi instructor tuvo especial empeño en señalar que el chaleco debía asomar por debajo de la chaqueta el equivalente a mi dedo índice acostado. Esto es, una fina línea blanca.

En esa instrucción coincidió Paco Huerta quien en sus largos periplos por extranjia y por motivos laborales, debió usar la prenda durante tiempo prolongado.

En la cena, a la que concurrí acompañando a Perla Xóchitl Orozco, pude apreciar con orgullo que la hermosura Morena de Perla, desquició a los güeros deslavados de la nobleza local, y que mi traje entre los invitados mexicanos resaltaba por bien hecho y mejor portado. ¿Recuerdan al churumbel secretario algo así como de Industria y Comercio, o del Patrimonio Nacional? Bueno, en las espaldas de su frac brincaban múltiples chipotles de donde había sido colgado

Pecado atribuible al ahorro. Eran trajes alquilados en los que hubo el que usó camisa de esmoquin y quien tuvo que cambiar corbata porque al color lo hubiesen confundido con mesero. Que no los había eran lacayos reales.

Y bien, todo este párrafo para hacer notar que el tal Trump también usa ropa alquilada. Sus asesores por lo menos deberían buscar de su medida. O serán sobras de sus programas de televisión…

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