Gansadas
Carlos Ferreyra Carrasco
Hay una ley que como regla de convivencia y comportamiento cívico, tiene penalidades de acuerdo con el grado de la infracción.
Es la que establece todo lo relativo a los símbolos patrios, desde el Himno Nacional hasta las insignias como la bandera y muy principalmente el escudo: el águila en un islote sobre el nopal devorando una serpiente.
La imagen corresponde, dice la tradición y de allí la historia, al momento de la fundación de México—Tenochtitlán. Es un ideograma hermoso, colorido como el gusto por los tonos vivos de nuestros antepasados.
Cuando en las escuelas una de las materias fundamentales era Civismo, el homenaje semanal, marcha por los corredores escolares, lucha por alguna vez, una sola, integrar a la escolta.
Silencio fervoroso. Adoración al símbolo y saludo respetuoso a nuestras insignias patrióticas. No queríamos a los gringas pero tampoco nos ofendía su presencia, generalmente viejos retirados.
A los españoles virtualmente los teníamos hasta en la sopa, dueños de almacenes de “productos ultramarinos” y de las panaderías, los queríamos pero el 15 de septiembre les aplicábamos un correctivo. Lapidación de sus comercios era la manifestación juvenil e infantil.
Al grito de ¡Viva México, Jijos del maiz! Les recordábamos la gesta heroica de Miguel Hidalgo y Costilla y sus desharrapados que iniciaban una revuelta independentista armados con bieldos, hoces, coas y toda suerte de implementos agrícolas elevados al grado de armas en defensa de la libertad y la Patria.
En los actos públicos cualquier insecto, lo mismo un niño de seis que de quince años, se consideraba obligado a velar por el cumplimiento de reglas de comportamiento cívico.
Si al lado en un homenaje a los símbolos tricolores, se colocaba un señor con la cabeza cubierta, el infante con respeto pero con firmeza le señalaba el sombrero. No era necesario más, el hombre se descubría.
Con el paso del tiempo todo cambió y hoy todos quieren ser yanquies. Cuando un pillo acumula riquezas desde la cómoda poltrona de su oficina burocrática, corre a comprar casas en Florida y no hay que buscar mucho: los Foxes, los Anaya, los Murates, los Barteletes y los propios vástagos del Peje aunque al parecer se decantaron por San Diego.
De los gachupas, pues se han ido integrando o nos han ido integrando a su núcleo social. Hasta que aparece por allí el heredo hispano que en pleno homenaje a la bandera alza el revolucionario puño con los dedos en V y lanza su proclama a los mexicanos: se las dejamos ir doblada.
Lo que hubiese merecido una severa reconvención y, claro, su exclusión de toda labor oficial, se perdió con la imagen del mandatario a su lado, ceñudo, fastidiado pero sin cumplir con la norma nacional: saludo castrense a la bandera y entonación del himno patrio.
El mal ejemplo ha cundido. Los progres sin patria, ciudadanos del mundo y para eso son cultos e inteligentes, excluyeron de toda ceremonia cívica nuestros símbolos. Debe predominar el internacionalismo en este caso no proletario sino de avanzada social.
Primero los pobres y ellos no comen de fetiches ni dibujitos.
La teórica fe religiosa del mandatario prohíbe homenajes y lealtades a las identidades políticas u oficiales. Entonces y sin necesidad de emitir bando de gobiern, con los símbolos nacionales cada quien puede hacer, como se decía de los periódicos, un cucurucho.
Y eso es lo que hicieron los feligreses del Peje, tan dados a recomendar una pomada para el disfrute íntimo. Y en el Senado con la explosiva carcajada de Monreal, convirtieron nuestro lábaro patrio en banderín de uso privado de lo que antes, sin escándalo, llamaban el Tercer Sexo. La foto es hace un año.
Supuestamente y como líder legislativo, el zacatecano debería cuidar protocolos y respeto… antes, hay que explicarle qué significa eso y cómo se debía superponer a la conveniencia simpática de un gremio al que a lo mejor se acerca poco a poco…