Carlos Ferreyra Carrasco
Tengo la sana costumbre de no ver los programas dedicados a contar fantasías, enlistar chistes de dudoso ingenio y donde su personaje estelar aparece un día con corona de flores, otro, con las guayaberas ornadas con cintitas multicolores y siempre con esa mirada de soslayo, como de complicidad entre quienes perpetran una travesura. La travesura cotidiana.
Hay cierta alarma, cuentan los fieles y tenaces desocupados, porque el señor de la foto, apellidado López Gatell, ha ido trepando sin parar en el gusto de los adictos en detrimento del amo de las mañaneras.
Uno, pretendiendo la reelección, la confirmación a dedo alzado de la continuación de un mando que se inició constitucionalmente y con todo el respeto de los hoy paulatinamente desaparecidos o en vías de extinción, órganos electorales.
El otro, aseguran que carismático, ese signo de santidad, que ya se ve heredando el Palacio Virreinal. Pleno de felicidad se fotografía en lo que siente que ya son sus dominios.
¿Los muertos? Son menos que los que se mencionan, son acumulaciones de datos no entregados o incluidos en las cuentas. Porque ¿saben ustedes? Se trata del registro de defunciones que de acuerdo con sus jilgueros, no son lo mismo los registrados que los muertos.
Yo no entendí, que lo explique otro. Por lo pronto registremos, sin cadáver todavía, la lucha por la sucesión. Gatell anima o no se opone al periplo pejiasno y mucho menos le preocupa que el señor rechace tomar medidas preventivas, por mencionar, un bozal que le haría bien a su salud y a la salud pública de la Nación.
